POSTMODERNIDAD, POSTCRISTIANISMO Y ESPERANZA.
Cuentan que hace dos mil años,
Jesús de Nazaret fue crucificado por el poder romano, denunciado por los
líderes políticos y religiosos de su pueblo y con el fervor de las masas, con
el objeto de hacer de chivo expiatorio y evitar así una revuelta social en
Jerusalén. El relato de la Pasión, recogido con especial detalle en el
Evangelio según San Juan, comienza en el Templo y termina con la Resurrección
del mismo Jesús. Es en sí mismo un alegato sobre la justicia humana, con el
poder como razón suprema, y de la esperanza de una justicia que es más que la
humana y que tiene una última palabra de vida eterna por encima de todo mal.
Sabemos que los seguidores de Jesús
de Nazaret también fueron perseguidos y en la mayoría de los casos compartieron
la misma suerte que Él. Fueron los duros y difíciles inicios de una religión
que se basaba en la ESPERANZA.
Si observamos los evangelios,
todos ellos nos introducen en una situación de lucha del bien contra el mal
imperante. Son curiosas las descripciones de maldad, como el rechazo en la
posada de María a punto de dar a luz y de José, las descripciones de abandono
de enfermos y discapacitados, el desamparo de mujeres solteras, huérfanos y
viudas, la falta de previsión social de los poderes de aquellos tiempos, la
oligarquía y el caciquismo imperantes y, por si fuera poco, la romanización
obligatoria de todo el orbe conocido.
En medio de todo esto, aparece la
figura principal de Jesús. Un Jesús que no es un líder político, ni un caudillo
militar, ni tampoco un revolucionario, sino alguien que viene a traer esperanza
a su pueblo por encima de todo. Jesús hace milagros, cura enfermos, restaura
heridos sociales, libera endemoniados y da de comer a multitudes. En poco
tiempo su fama se extiende por toda Judea y comienzan a seguirle y escucharle
multitudes en base a lo que Jesús predica: la ESPERANZA en un mundo nuevo y
mejor que el actual, un mundo que no se rige por leyes coercitivas, sino
únicamente por el AMOR.
Sin embargo, no todo el mundo lo
veía con buenos ojos. El amor como fundamento para todo tipo de acción,
organización y normativa estaba muy reñido con el ejercicio del poder, del
control económico y social en un mundo dónde la fuerza y el engaño mediaban en
todas sus formas posibles.
Si el carisma de Jesús fue
decisivo para el nacimiento de un incipiente grupo de seguidores -que según los
evangelios era gente de todo tipo, desde prostitutas, pescadores, publicanos,
enfermos y tullidos, hasta miembros del Sanedrín, soldados romanos y artesanos-
no sería sino después de la resurrección cuando este movimiento alcanzará sus
mayores cotas de crecimiento. Los relatos de su vida y muerte, así como el
ejemplo dado sin lugar a dudas por sus primeros apóstoles que primero huyen
cuando arrestan a Jesús y después no desfallecen ni por las circunstancias
desfavorables, ni menos aún por la amenaza de una muerte como la de su Maestro-
hacen que la gente común vea en ello un mensaje de amor y de esperanza por el
que merece la pena darlo todo.
Así surgen las primeras
comunidades cristianas. Primero en la clandestinidad, perseguidas por todo y
por todos, pero con un coraje imparable que llega a conocerse en todos los
confines del mundo.
Más tarde, el emperador
Constantino se servirá del cristianismo para dar una respuesta de unidad del
Imperio Romano contra las invasiones de los bárbaros y decreta una constitución
por la que se deja de perseguir a esta nueva religión. Poco a poco, los supervisores
del cristianismo irán siendo reconocidos a nivel oficial en las instituciones
imperiales lo que derivarán en que ocupen cargos de magistrados y otros altos
puestos en la política y en las ciudades, por lo que dejan de ser una secta
perseguida y mal vista a convertirse en una próspera carrera en toda regla.
Poco a poco, las injerencias del
poder político y militar se van haciendo cada vez más patentes en la actividad
y en el desenvolvimiento de la joven iglesia. Este fenómeno se denominó cesaropapismo. El tipo de organización
urbana con el sistema parroquial, versus el caos dominante en los pagos fue
dando lugar a una forma de actuar que iría, a su vez creando una moral y un
estilo propio cada vez más diferenciado. De ahí vino la expresión “paganos”; es decir la gente que vive en
los pagos.
Como no podía ser de otra forma,
la Iglesia se reorganiza y, frente al cesaropapismo, opuso el hierocratismo; es
decir la predominancia de lo religioso frente a lo político y secular. Es en
esta etapa cuando se produce el verdadero cambio del mensaje, pasando de
proclamar la Buena Nueva contenida en el Evangelio a predicar una moral
estricta y un Dios justiciero y vengador que castiga a los malvados y a los
buenos les purifica con tribulaciones terribles.
Poco a poco se reforman los
sacramentos, especialmente los que tienen relación con la “potestas clavis” el perdón de los pecados. Aparecen la penitencia
pública y la privada, las letras escarlatas, los picos pardos, los rollos, el
pago de indulgencias, las picotas, la Santa Inquisición,…
En paralelo a todo esto, otro fenómeno
de importancia cultural sin par en la vieja Europa lo constituye la ruptura de la
unidad lingüística. Las lenguas romances dejan atrás al latín, que queda
reservado para la liturgia y los asuntos oficiales y académicos; es decir,
reservado al uso de una minoría culta frente a una mayoría de analfabetos. Este
fenómeno acentúa mayormente la separación entre el ordo clericorum (el clero) y el resto del pueblo de Dios, ya que al
no entenderse el latín, la gente, el culto y los asuntos divinos quedan en
repeticiones de mantras ininteligibles que se repiten una y otra vez, pero con
escaso entendimiento. La principal consecuencia de este distanciamiento fueron
los abusos, ya que al haber una mayoría de personas que no saben lo que oyen,
ni tampoco leer ni escribir, quedaban
indefensos con respecto a esa minoría culta que basándose en escrituras que el
pueblo no sabe, se arrogan toda la riqueza y los derechos de los demás, “porque Dios así lo ha dispuesto”.
Y así es como ha ido caminando la
Iglesia, como institución separada de los fieles durante más de mil seiscientos
años, durante los cuales no han faltado intentos de devolver el mensaje de amor
y esperanza primigenios así como los correspondientes vetos impuestos desde la
curia para que dichos esfuerzos no dieran frutos. Como muestra podría citar el hecho
de que no era posible leer las Escrituras en la propia lengua de cada uno hasta
la llegada del Concilio Vaticano II, los numerosos decretos de anatema a toda
corriente filosófica que no asintiera a pies juntillas con el magisterio de la
Iglesia y, cómo no, la regulación del matrimonio con clara pérdida de derechos
y autonomía de la mujer con respecto al marido, el sometimiento de las monjas a
los curas, el apoyo incondicional a regímenes como el del General Franco en
España, Mussolini en Italia, Hitler en Alemania, Pinochet en Chile, Videla en Argentina,...
Curiosamente, hoy es Jueves
Santo, día del amor fraterno, actualmente día del beso. Si ustedes salen a las
calles y plazas de ciudades europeas y de los países de tradición cristiana es
muy posible que vean penitentes en las procesiones, que se recreen con la
imaginería de escuelas escultóricas, como la de Juan de Juni, en las que se da
mayor importancia al dolor, a la muerte y a la injusticia que a lo que fue el
acontecimiento definitivo que consolido la religión cristiana: el mensaje de
amor y de esperanza transmitidos desde el cielo con la Resurrección de Jesús.
No quiero extenderme más por
ahora, pero ahí dejo la reflexión.
Felices Pascuas a todos.
Juan Cid.
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