Relatos de la casona

Relatos de la casona
Casona.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Haykus de primavera y verano, 2017







PRIMAVERA Y VERANO 2017



Primavera que trae la lluvia.
Nubes que tapan al Sol.
Gatos que se acurrucan conmigo.

Viento gélido primaveral.
Nubarrones cerrados.
Invierno que resiste.

Granizo, nieve y helada.
El Sol no calienta.
Hace más frío que en invierno.

Primavera blanca.
Nieve, niebla y humedad.
Leña y caldera encendidas.

Primavera a bajo cero
quita las ganas de salir.
Es más una "suegravera".

Correr por el monte.
Comprar sacos de carbón.
Hacer vierte aguas.

Trabajo de altura
Mañana nubosa.
Comida preparada.

Olor a carbón ardiendo.
Aroma de dulce hogar.
Primavera fría.

Reparando un vierte aguas.
Primer trabajo de andamio.
Chimeneas a mi altura.

Cortando leña.
Preparando el futuro invierno.
Adecentando el jardín.

Esperando el reparto.
Cuerpo destemplado.
Escusas para no hacer nada.

Sol en el camino.
Viento en la cara.
Perro contento.

Muerte de una vecina.
Cumpleaños de mi ahijado.
Ritos de vida y de muerte.

Abejorro pica a Moe en la oreja.
Sangre y miedo tiñen el suelo.
Agua, jabón y yodo lo solucionan. 

Mañana de gestiones.
Osteopatía, mercado y recambios.
Día soleado, buena temperatura

Martes Santo. Sol y derribos urbanos.
Imprudentes veloces por los caminos.
Cansado y cabreado de tanta gentuza.

Buitres carroñeros descubiertos.
Gente de duras entrañas.
Miseria y crueldad esconden.

Comida con buenos amigos.
Copas, filosofía, distracción.
Momentos que hacen historia.

Ansiedad de un día primaveral.
Muchas cosas que hacer.
Poco tiempo para hacerlas.

Viento frío del Norte.
Sol claro y cielos despejados.
Caminando juntos vamos.

Camión de materiales.
Tarde moviendo arena.
Ladrillos traspaletados.

Nuevo amigo.
Nuevas rutas.
Nueva dimensión.

Primeras concentraciones.
Azahar y mies en el aire.
Buena gente y buen ambiente.

Helada sorpresa. 
Escarcha en la hierba.
Frío en el cuerpo.

Borrador de Hacienda.
Tributos e impuestos.
Depresión fiscal al canto.

Cansancio y mal humor.
Uno de esos días.
Déjalo pasar.

Anginas, medicinas, fiebre.
Andamios, tejas, cemento.
Nubes, lluvia y viento.

Calor de primavera.
Sudor por la espalda.
Manos que construyen.

Chaparrón de mayo.
Vierteaguas nuevo.
Proyecto de obras.

Temporal por el noroeste.
Manos frías, nariz húmeda.
Primavera que se nos marcha.

Cortando leña.
Planificando huerta.
Siempre cavilando.

Viaje a Reinosa.
Moto en condiciones.
Encuentro con amigos.

Motosierra cabezona.
Leños que no se cortan solos.
Tareas que se acumulan.

Excursión al mar.
Curvas moteras.
Paraíso alcanzado.

Lectura de contadores.
Recogida de motosierra.
Mañana de compras.

Día de playa, moto y comida fuera.
Horas de desconexión, relax y ocio.
Lejos de todo lo que me oprime.

Motosierra averiada.
El vendedor no tiene tiempo.
Dinero tirado a la basura.

Lluvia de primavera.
Moja el jardín y la leña.
Me quedo en casa cocinando.

Obras que nunca terminan.
Metros de tierra movidos.
Amenazas de derrumbe.

Ajustes de junio.
Resfriados​ de primavera.
Tareas que se acumulan.

Cambio de maquinaria.
Gasto extraordinario.
Rendimiento mejor.

Limpiando piscina.
Tomando el Sol.
No parando.

Concierto de primavera.
Cena en Palencia.
Cosas que pasan.

Se acaba la primavera.
Preparando la piscina.
Tarea de sol y de agua.

Cortando leña.
Despejando espacios.
Adelantando trabajo.

Llegó el verano.
Piscina llena.
Calor de fragua.

Cambio de seguro.
Póliza que ahorra.
Dinero que no se gasta.

Cháchara informal.
Cotilleos baratos.
Corrupción latente.

Empreños familiares.
Como si nada.
Caras muy duras.

Pequeños milagros cotidianos.
Batallas que no están perdidas.
Humanidad que se restablece.

Amaneceres bucólicos.
Campos recién segados.
Aroma de mies y tierra.

Rutas preciosas.
Soluciones arriesgadas.
Jornada estupenda.

Colocando botellas.
Despejando espacios.
Planificando rincones.

Ayer se ahogó el perrito del vecino.
Está mañana me lo ha contado.
Acabamos llorando los dos.

Obras en la leñera.
Basura tirada.
Espacios que crecen.

Escándalos que te hacen más libre.
Prejuicios que se disuelven.
Perspectivas que aparecen.

Museo visitado.
Conocimiento adquirido.
Tiempo aprovechado.

Cansancio, sueño, calor.
Apatía, miedo, nostalgia.
Hoy está siendo difícil.

Paseíto mañanero.
Perro contento que corre.
Verano que pasa lento.

Disgustos familiares.
Causas perdidas.
Retortijones del alma.

Ansiedad que roba el alma.
Injusticia familiar.
Indefensión aprendida.

Calor de julio.
Hambre de verano.
Proteínas, Sol y moto.

Descanso tranquilo.
Gato en el regazo.
Perro en el sofá.

Abandonado colegio.
Ya nadie estudia en él.
Las risas y los juegos ya se fueron.

Día de playa.
Mucha ilusión.
Mucho calor.

Escucho cosas hermosas.
El piar de los pajaritos, la brisa matutina,...
Soy un hombre afortunado.

Esclavo de mis recuerdos.
Encerrado en mis prejuicios.
Desterrado del presente.

Té verde con jengibre.
Domumetal de la tele.
Siesta asegurada.

Días de sol y de playa.
Diversión asegurada.
Satisfacción para el alma 

Piscina limpia.
Poco a poco.
Tareas de orden.

Cañería atascada.
Salfumán, agua hirviendo y guías.
Todo solucionado.

Aire fresco del alba
Caminos vacíos y solitarios.
Perro que juega y que salta.

Veo mi sombra en el camino.
El Sol calienta mi espalda.
Brisa de agosto en mi cara.

Visitas que no visitan.
Amores que no se aman.
La vida es lo que es.

Gato en mis brazos.
Momento de ternura.
Besos y achuchones.

Guindillas frescas.
Aceite de oliva y sal.
Sartenada bien picante.

De sed mueren los girasoles.
Los riegos están cerrados.
Administración absurda.

Lluvia que nos deja fríos
Días cada vez más cortos.
Pueblos que se quedan solos.

Amaneceres tardíos
Viento en la cara.
Olor a lluvia.

Llegó septiembre.
Pueblo fantasma.
El verano está acabando.

Amigos que vienen a casa.
Risas, comida y bebida.
Alimentación del alma.

Barrios chungos.
Buenos mesones.
Calidad y precio.

Nuevas ofertas.
Buenas oportunidades.
Siempre eligiendo.

Gatos mimosos.
Dolores de huesos.
Otoño en camino.

Paseo con mi perro.
Hago fotos del campo.
Me lleno de paz.

Últimos coletazos del verano.
Manga larga y manos frías.
Oscurece temprano.

Casas frías. 
Humo en las chimeneas.
El otoño viene frío.

Olor a leña quemada.
Siluetas fantasmagóricas.
Cielos semicubiertos

Frío al amanecer.
Sol a media mañana.
Preparo la cámara.

Terremoto espantoso.
Dolor de naciones.
El mundo se estremece.

Llegó el otoño.
Hojas caídas.
Mangas largas.


miércoles, 19 de julio de 2017

¡El escándalo nos hace libres!

      ¡El escándalo nos hace libres! Ya sé que es un título que suena muy extraño, raro e incluso inapropiado, pero,... ¡El escándalo nos hace libres!

      ¿Cuantas veces hemos conocido una noticia escandalosa y nos hemos llegado a plantear la validez moral de una norma, de una ley, o de unos usos sociales? Seguramente unas cuantas veces, ya que cuando una persona o un grupo social asume voluntaria, o de forma tácita, una fórmula de comportamiento establecida con fuerza social en una comunidad, villa o comarca, lo que en realidad está haciendo es negarse a sí mismo la posibilidad real de realizar esa conducta tipificada por los demás, a veces impuesta incluso por los muertos, como algo negativo, algo que no debe hacerse, decirse o pensarse. 

       Entonces,  la cuestión deriva en lo siguiente: cuando se conoce un escándalo cometido por alguien influyente en la comunidad, territorio, o estructura social, como un abuso sexual por parte de un cura, o la corrupción de un político, ¿eso no vale como detonante para que la gente normal se cuestione sobre lo absoluto o lo relativo de las normas y usos de convivencia sociales? 

       Todos sabemos que cuando el infractor de una norma es una persona con pocos recursos la norma social se le aplica con verdadero rigor y con todos los agravantes, mientras que cuando es una figura importante aparecen circunstancias modificativas de la responsabilidad, es decir, bien atenuantes, bien eximentes. 

          Algunas personas pensarán que no era para tanto. Otras dirán que menudo escándalo. También habrá quienes, en silencio, aprendan que la norma se puede infringir si la ocasión se cruza y no se airea,... Sin embargo, lo único que se cuestionan son los hechos y se dictaminan en razón de quiénes los hayan realizado, más que en sus consecuencias. Así el concepto de la norma se entredice, la moral se relativiza y el valor de la justicia queda empañado, según la ocasión, llegando incluso a sustituirse el valor inicial por el contrario y viceversa. Por ejemplo, en los tiempos en que la sociedad era puritana estaban muy mal vistos el adulterio y el amor libre y gratuito, en cambio en la actualidad, tanto el adulterio, como el amor libre y gratuito son algo corriente y común desde que fueran despenalizados de los códigos penales, primero, y sociales, después. 

         ¿A dónde quiero llegar? Pues es fácil. Digamos que una conducta social reprobada actualmente, como puede ser la corrupción política, puede normalizarse, e incluso institucionalizarse si se repite con tanta frecuencia que acabe siendo estadísticamente típica y sus autores, además, quedan impunes de toda responsabilidad penal, debido tanto a esas cortinas de humo que modifican sus responsabilidades criminales, tanto como por el silencio colectivo de la gran masa social, indefensa y bobalicona. 

       Hay lugares de la Tierra en donde el incesto está bien visto y es considerado una virtud. En otros lugares es algo reprobable. El escándalo lo que produce es una corriente de aire fresco que pone en tela de juicio la validez de una norma o de un uso social, pero esto no significa que sea bueno, o que sea malo. Las normas son construcciones humanas dadas para encasillar una conducta en base a un sistema de valores, como buena o mala. Si la sociedad evoluciona, los valores se ven sujetos a revisiones y a cambios. Estos cambios sólo deben ser la expresión del cambio real en la sociedad del conjunto de valores que la sustenta como tal.  Y es aquí, y en este sentido en el que el escándalo nos libera, bien de prejuicios anacrónicos, bien de verdades a medias, o bien de mentiras basadas en la ignorancia o en la incultura. 

       No obstante, no toda revisión de la estructura normativa de una sociedad tiene que ser siempre buena. El peligro está en que no sea una iniciativa de revisión que parta desde las bases de la comunidad la que se lleve a cabo, sino desde una estructura de poder que se vea corrompida y que intente instrumentalizar a su antojo y para su propio beneficio, en contra del derecho de gentes (ius gentium) los mecanismos sociales de control de las conductas adaptadas a los verdaderos valores sociales. Es decir, que una revisión unilateral con un origen en unas instituciones corruptas no puede ser válida, ni aceptada por la mayoría de los sujetos sociales. En este sentido, el escándalo no nos haría libres, sino que nos estaría sometiendo y esclavizando. 

Juan Cid.-






           



jueves, 13 de abril de 2017



POSTMODERNIDAD, POSTCRISTIANISMO Y ESPERANZA.


Cuentan que hace dos mil años, Jesús de Nazaret fue crucificado por el poder romano, denunciado por los líderes políticos y religiosos de su pueblo y con el fervor de las masas, con el objeto de hacer de chivo expiatorio y evitar así una revuelta social en Jerusalén. El relato de la Pasión, recogido con especial detalle en el Evangelio según San Juan, comienza en el Templo y termina con la Resurrección del mismo Jesús. Es en sí mismo un alegato sobre la justicia humana, con el poder como razón suprema, y de la esperanza de una justicia que es más que la humana y que tiene una última palabra de vida eterna por encima de todo mal.

Sabemos que los seguidores de Jesús de Nazaret también fueron perseguidos y en la mayoría de los casos compartieron la misma suerte que Él. Fueron los duros y difíciles inicios de una religión que se basaba en la ESPERANZA.
Si observamos los evangelios, todos ellos nos introducen en una situación de lucha del bien contra el mal imperante. Son curiosas las descripciones de maldad, como el rechazo en la posada de María a punto de dar a luz y de José, las descripciones de abandono de enfermos y discapacitados, el desamparo de mujeres solteras, huérfanos y viudas, la falta de previsión social de los poderes de aquellos tiempos, la oligarquía y el caciquismo imperantes y, por si fuera poco, la romanización obligatoria de todo el orbe conocido.
En medio de todo esto, aparece la figura principal de Jesús. Un Jesús que no es un líder político, ni un caudillo militar, ni tampoco un revolucionario, sino alguien que viene a traer esperanza a su pueblo por encima de todo. Jesús hace milagros, cura enfermos, restaura heridos sociales, libera endemoniados y da de comer a multitudes. En poco tiempo su fama se extiende por toda Judea y comienzan a seguirle y escucharle multitudes en base a lo que Jesús predica: la ESPERANZA en un mundo nuevo y mejor que el actual, un mundo que no se rige por leyes coercitivas, sino únicamente por el AMOR.
Sin embargo, no todo el mundo lo veía con buenos ojos. El amor como fundamento para todo tipo de acción, organización y normativa estaba muy reñido con el ejercicio del poder, del control económico y social en un mundo dónde la fuerza y el engaño mediaban en todas sus formas posibles.
Si el carisma de Jesús fue decisivo para el nacimiento de un incipiente grupo de seguidores -que según los evangelios era gente de todo tipo, desde prostitutas, pescadores, publicanos, enfermos y tullidos, hasta miembros del Sanedrín, soldados romanos y artesanos- no sería sino después de la resurrección cuando este movimiento alcanzará sus mayores cotas de crecimiento. Los relatos de su vida y muerte, así como el ejemplo dado sin lugar a dudas por sus primeros apóstoles que primero huyen cuando arrestan a Jesús y después no desfallecen ni por las circunstancias desfavorables, ni menos aún por la amenaza de una muerte como la de su Maestro- hacen que la gente común vea en ello un mensaje de amor y de esperanza por el que merece la pena darlo todo.
Así surgen las primeras comunidades cristianas. Primero en la clandestinidad, perseguidas por todo y por todos, pero con un coraje imparable que llega a conocerse en todos los confines del mundo.
Más tarde, el emperador Constantino se servirá del cristianismo para dar una respuesta de unidad del Imperio Romano contra las invasiones de los bárbaros y decreta una constitución por la que se deja de perseguir a esta nueva religión. Poco a poco, los supervisores del cristianismo irán siendo reconocidos a nivel oficial en las instituciones imperiales lo que derivarán en que ocupen cargos de magistrados y otros altos puestos en la política y en las ciudades, por lo que dejan de ser una secta perseguida y mal vista a convertirse en una próspera carrera en toda regla.
Poco a poco, las injerencias del poder político y militar se van haciendo cada vez más patentes en la actividad y en el desenvolvimiento de la joven iglesia. Este fenómeno se denominó cesaropapismo. El tipo de organización urbana con el sistema parroquial, versus el caos dominante en los pagos fue dando lugar a una forma de actuar que iría, a su vez creando una moral y un estilo propio cada vez más diferenciado. De ahí vino la expresión “paganos”; es decir la gente que vive en los pagos.
Como no podía ser de otra forma, la Iglesia se reorganiza y, frente al cesaropapismo, opuso el hierocratismo; es decir la predominancia de lo religioso frente a lo político y secular. Es en esta etapa cuando se produce el verdadero cambio del mensaje, pasando de proclamar la Buena Nueva contenida en el Evangelio a predicar una moral estricta y un Dios justiciero y vengador que castiga a los malvados y a los buenos les purifica con tribulaciones terribles.
Poco a poco se reforman los sacramentos, especialmente los que tienen relación con la “potestas clavis” el perdón de los pecados. Aparecen la penitencia pública y la privada, las letras escarlatas, los picos pardos, los rollos, el pago de indulgencias, las picotas, la Santa Inquisición,…
En paralelo a todo esto, otro fenómeno de importancia cultural sin par en la vieja Europa lo constituye la ruptura de la unidad lingüística. Las lenguas romances dejan atrás al latín, que queda reservado para la liturgia y los asuntos oficiales y académicos; es decir, reservado al uso de una minoría culta frente a una mayoría de analfabetos. Este fenómeno acentúa mayormente la separación entre el ordo clericorum (el clero) y el resto del pueblo de Dios, ya que al no entenderse el latín, la gente, el culto y los asuntos divinos quedan en repeticiones de mantras ininteligibles que se repiten una y otra vez, pero con escaso entendimiento. La principal consecuencia de este distanciamiento fueron los abusos, ya que al haber una mayoría de personas que no saben lo que oyen, ni tampoco leer ni escribir,  quedaban indefensos con respecto a esa minoría culta que basándose en escrituras que el pueblo no sabe, se arrogan toda la riqueza y los derechos de los demás, “porque Dios así lo ha dispuesto”.

Y así es como ha ido caminando la Iglesia, como institución separada de los fieles durante más de mil seiscientos años, durante los cuales no han faltado intentos de devolver el mensaje de amor y esperanza primigenios así como los correspondientes vetos impuestos desde la curia para que dichos esfuerzos no dieran frutos. Como muestra podría citar el hecho de que no era posible leer las Escrituras en la propia lengua de cada uno hasta la llegada del Concilio Vaticano II, los numerosos decretos de anatema a toda corriente filosófica que no asintiera a pies juntillas con el magisterio de la Iglesia y, cómo no, la regulación del matrimonio con clara pérdida de derechos y autonomía de la mujer con respecto al marido, el sometimiento de las monjas a los curas, el apoyo incondicional a regímenes como el del General Franco en España, Mussolini en Italia, Hitler en Alemania, Pinochet en Chile, Videla en Argentina,...
Curiosamente, hoy es Jueves Santo, día del amor fraterno, actualmente día del beso. Si ustedes salen a las calles y plazas de ciudades europeas y de los países de tradición cristiana es muy posible que vean penitentes en las procesiones, que se recreen con la imaginería de escuelas escultóricas, como la de Juan de Juni, en las que se da mayor importancia al dolor, a la muerte y a la injusticia que a lo que fue el acontecimiento definitivo que consolido la religión cristiana: el mensaje de amor y de esperanza transmitidos desde el cielo con la Resurrección de Jesús.

No quiero extenderme más por ahora, pero ahí dejo la reflexión.
Felices Pascuas a todos.

Juan Cid.





domingo, 19 de marzo de 2017

Haikus de otoño e invierno.




HAIKUS DE OTOÑO E INVIERNO.



Por Juan Cid.





Hojas que caen de los árboles
amaneceres tardíos,
días cada vez más cortos.

Cierre de piscinas,
zonas de recreo solitarias,
ausencia de veraneantes.

Aguas cayendo del cielo,
aires más limpios y frescos,
cambiamos el Sol por las nubes.

Olor a leña quemada.
Carbón que calienta hogares.
Familias en casa tranquilas.

Se fueron las golondrinas.
Los chavales ya no juegan.
Otoño es final de fiestas.

Las mantas vuelven a mi cama.
Libros que llenan las tardes.
Vena escritora que nace.

Programas de radio.
Películas viejas.
Ocio entre cuatro paredes.

Gatos en tu regazo.
Perro dormido a tus pies.
Horario de invierno en vigor.

Cambio de cilindrada
Venta de mi vieja Honda.
La vida evoluciona.

Primeras heladas que llegan.
Cielos grises, días cortos.
Pensamientos revoltosos.

Propósitos y retos nuevos.
Miedos y viejos fantasmas.
Encuentros con uno mismo.

Niebla espesa en el rostro
Suelos resbaladizos,
quinta esencia de la humedad.

Humo en las chimeneas.
Silencio en las calles.
Tiempo de recogimiento.

Montura en reglaje.
Ciudad distinta.
Obligado paseo y menú.

Viento gélido.
Manos frías.
Mercurio tocado y hundido.

Tímido sol de noviembre,
ni quita carbón, ni leña,
ni de él se huye.

Campos escarchados.
Barro endurecido.
Retrocede el Sol y llega el frío.

Artrosis, rodilla izquierda.
Bastón para caminar.
No hay que correr tanto, majo.

Dolor de rodilla.
Bastón en la mano.
Camino despacio.

Subida de impuestos,
corrupción política:
Mala gestión.

Hojas caídas,
árboles en pie,
Setas y arbustos.

Pasear con mi ahijado
y con mi perro al amanecer.
Comprar pan recién hecho.

Niebla y perros sueltos.
Formas fantasmagóricas.
Sustos, humedad y frío.

Brumas al amanecer.
Siluetas sobrecogedoras.
Mercurio que no se levanta.

Anochecer con ventisca.
Frío en las calles.
Ganas de volver a casa.

Corro entre la niebla.
Nadie me sigue.
Mi perro y yo, juntos.

Derribo las cuadras sin vida.
Despejo un solar derruido.
Otrora glorias lejanas.

Solsticio de invierno llegando,
viste de blanco las tierras.
Bufanda y pasamontañas.

Luna llena de diciembre,
grande, oronda y luminosa.
Deja la tarea y ya reposa.

Corte de pelo y manicura
cuando la Luna está llena
es cuando más corto dura.

Reencuentro con viejos amigos.
Comidas y conversaciones.
Comienza la cuenta atrás.

Calabobos, viento y niebla.
Mi perro corriendo feliz.
No importa que llegue el invierno.

Días cortos,
noches largas,
libros y mantas.

Lluvia, motosierra y perro,
menuda combinación.
Tarde agotadora.

Bronca entre perros.
Dueños gritando.
La culpa no es de los canes.

Campos anegados,
barro en los pies,
piso resbaladizo.

Escarchas y cencelladas.
Seis grados bajo cero.
Paseando con mi perro.

Sol de diciembre,
ni quita frío,
ni evita lumbre.

Carbón en la lumbre.
Vigas cortadas.
Invierno a unas horas.

Niños cantando premios.
Puertas de cuadras quitadas.
Discreto almuerzo en mi cocina.

Es Nochebuena.
Mensajes de gente que no ves nunca.
Personas virtuales nada más.

Navidad con niebla.
Navidad sin ver el Sol.
Paseando voy con Moe.

Té caliente.
Aroma de hogar.
Momentos para cuidarme.

Seis grados bajo cero.
Noche limpia y estrellada.
Dedos helados de frío.

Se acaba el año.
Panecillos picantes.
Ambiente de motivación.

Relatos cortos.
Dulces de coco y té caliente.
Ocho grados bajo cero.

Año Nuevo en buena compañía.
Mar, motos, buenos ratos.
Pequeñas cosas, grandes momentos.

Helada de enero.
Sopas de ajo.
Pollo con almendras.

Hielo en el asfalto.
Puente cerrado.
Camino desviado.

Primera compra del año.
Buenos propósitos.
Bajas calorías.

Días de nieblas.
Ramera para quemar.
Bonita coincidencia.

Heladas de rigor.
Amanecer tardío.
Suelos resbaladizos.

Vuelta a la normalidad.
Estufa cargada de leña y carbón.
Días que se hacen grandes.

Puente que no se termina.
Rodeos que son necesarios.
No hay atajos posibles.

Té con canela.
Gatos durmiendo.
Me siento tranquilo.

La Leyenda Continúa.
Bautizo de mi Julieta.
Reencuentros moteros.

Ola de frío polar.
Tubos atorados.
Tareas que se acumulan.

Derribando cuadras.
Cortando leña.
Todo bajo cero.

Oligarquía y caciquismo
Disfrazados de democracia.
Destrucción y demagogia.

Cerrando posiciones
Asertividad a prueba.
Objetivo conseguido.

Lluvia sobre escombros.
Adobe convertido en barro.
Trabajo que se disuelve.

Suave lluvia de enero.
Dulce empapar de la tierra.
Bendición del Cielo al suelo.

Hoja de febrero.
Amigo que se fue al cielo.
Perros y penas se quedan.

Día soleado.
Proyectos en marcha.
Disfruto del tiempo.

Moto en el taller,
libertad enjaulada.
Sin moto no es igual.

Regresaron las cigüeñas.
Hoyos en el jardín.
Plantando árboles de sombra.

Diseñando jardines.
Setos cortavientos.
Altura y aromas.

Plantando cipreses,
removiendo tierras.
Hablando con las lombrices.

Los días se hacen más largos.
El Sol va cogiendo fuerza.
La primavera se está acercando.

Brazo en cabestrillo.
Moto aparcada.
Actividad en pausa.

Quema de rastrojos.
Cielos ahumados.
Suelos ennegrecidos.

Sol que pica y no calienta.
Blanco que cubre las matas.
Luz y frío conviviendo.

Carnaval que llega tranquilo.
Poco hay que festejar.
Más obligatorio que devocional.

Días que van creciendo.
Aire fresco en las mejillas.
Llemas brotando en las ramas.

Puerta forrada, trabajo de equipo.
Horas de alegría y camaradería.
Momentos que crean historia.

Temporal de marzo.
Agua, frío, viento y niebla.
Así se prepara la tierra.

Buscando herramientas.
Encontrando otras cosas.
Tiempo que desespera.

Pelo cortado en luna llena.
Reencuentro de amigos.
Queso curado de cabra.

Motosierra rota.
Leña sin cortar.
Tareas que se acumulan.

Golondrina descarada.
Construyes tu nido ante mi mirada.
La primavera está asegurada.

Último día de invierno.
Los prados verdean y las golondrinas pían
Otro invierno que se termina.

domingo, 5 de febrero de 2017


Don Ramón de las Aceñas.
Por
Juan Cid.


Don Ramón de las Aceñas no era un hombre del montón. De hecho, su vida siempre había estado ligada a Prado del Cea, de donde era oriundo y donde ejerció su profesión como industrial electricista. Digo que no era un hombre corriente y me ratifico en ello, ya que don Ramón estaba siempre feliz.
Una cabellera nevada, bien poblada de un pelo liso y fino, cortado al más clásico de los estilos tapaba la sesera más ingeniosa de la villa. Orejas peludas y enormes ojos, ya de un tono grisáceo, iluminaban el rostro siempre vivo de don Ramón. Sus pantalones de paño, su correa de cuero viejo y sus chaquetas de lana eran la fachada visible de una persona apacible, agradable y de buen corazón.
No es que fuera muy alto, ni tampoco bajo, sin embargo, don Ramón siempre sabía estar a la altura de las circunstancias.
Era un hombre que no podía vivir alejado de su casa y de sus recuerdos. Tenía muy viva la memoria de su juventud y de su infancia en Prado del Cea. Hombre devoto de la Virgen y conocedor del catecismo, no soportaba la hipocresía.
Tenía, don Ramón, la sana costumbre de sentarse a tomar el sol a la puerta de su casa todas las mañanas, para ver pasar a los vecinos y saludarles con su inmensa sonrisa. Conocía la vida y milagros de cada vecino y, lo más importante, de cada una de las familias del pueblo. Curiosamente, pese a dominar tal cantidad de información, don Ramón nunca caía en chafardeos y murmuraciones. Su conversación siempre era jovial, alegre y desenfadada. Decía de él don Ambrosio, uno de los muchos párrocos que pasaron por Prado del Cea, que si todos los hombres fuéramos la mitad de buenos y alegres que don Ramón, el mundo sería mucho mejor y nosotros mucho más felices.
Pasaba solo las Navidades, ya que era soltero y sólo tenía familia muy lejana que apenas veía. Aún así, siempre se le veía en la Misa del Gallo bien trajeado y aseado.
Don Ramón era un hombre feliz. De niño soñaba con ser electricista y lo consiguió. Después, pasó su vida ejerciendo su ministerio en el mismo pueblo que le vio nacer y eso, para él fue la mejor moneda con la que la vida podía pagarle. Conservaba su primer polímetro analógico con el que estudió Maestría en su adolescencia. También guardaba celosamente pequeños juguetes de latón que otrora fueran furgonetas y camiones a escala, de los que recordaba hasta los más pequeños detalles y con los que decía haber jugado durante toda su niñez. También le gustaba hablar de su motocicleta, con la que iba de un pueblo a otro a realizar sus quehaceres. Tenía buena memoria y siempre era capaz de recordar alguna anécdota que estuviera relacionada con lo que viera o hablase en cada momento.
Pese a sus casi cien años, don Ramón no usaba lentes de ningún tipo. Tampoco las necesitaba, decía él. Además, ya ni siquiera leía y si necesitaba ver facturas, cartas, o documentos varios, siempre podía contar con Leo, con quien tenía una bonita amistad.
Últimamente pasaba las horas muertas mirando hacia el horizonte, destino final de todos nosotros, según decía. De sus viejas y firmes manos, cada vez se asomaba más un temblor. De aquellos pies que siempre iban firmes allá dónde quisiera su mente, ya se veía que arrastraban las alpargatas. Lo único que no se desfiguraba en don Ramón era su alegría y su bondad.
De su rápido declive, don Miguel, el médico comarcal, informó a los Servicios Sociales, procurando para don Ramón la mejor y la más eficiente de las atenciones. Así, de un plumazo, entre el médico, el cura y el alcalde decidieron ingresar a don Ramón en la residencia de las Hermanitas del Amor de Dios, con sede en Villares del Real Camino, un pueblo cercano a su adorado Prado del Cea.
No sin unos buenos bastonazos, el realojo de don Ramón se hizo antes de lo previsto. El ayuntamiento asumió el proceso de incapacitación y sufragó parte de los gastos de la estancia en la residencia. A cambio, se quedarían con su casa y sus posesiones cuando don Ramón se fuera al Cielo. Sin embargo, él no quería irse de su casa, ni de su pueblo, ni dejar de tomar el sol desde la puerta de su casa. Su vida siempre había estado ahí y él quería que su muerte también fuera en Prado del Cea.  En el momento en que el personal de la residencia entró en su casa acompañado por las autoridades locales, don Ramón se dio perfecta cuenta de lo que iba a pasar y se defendió con uñas y dientes. ¡Vamos! Que le metió una tunda tremenda al primer enfermero que se le acercó con una maleta vacía. ¡Menudos porrazos! Pese a todo intento de heroica resistencia, don Ramón, aquella noche, ya dormiría en lo que sería, según decía el mismo, su “última parada”.
Leo solía ir a verle de vez en cuando. Hablaban y se escapaban a tomar unas cañitas en el bar “Los duendes”, que daban pincho con la consumición y además le trataban con mucho afecto. Poco a poco su persona se iba haciendo cada vez más torpe e imprecisa. A los temblores de la mano, se añadió la necesidad de tomar oxígeno por vía nasal varias horas al día. Después fallaron sus piernas. Don Ramón necesitaba bastones, pero se fatigaba mucho y le faltaba el aire. Pronto los bastones dieron paso a un andarín y en unas pocas semanas estaba ya en una silla de ruedas.
-Leo, cuida de mi pueblo –solía decirme-. Le gustaba que le contase cosas y que le diera conversación. Especialmente las escapadas al bar “Los duendes” con pincho y cervecita.
Después de un inverno malo, vino una primavera floja y ventosa. Los chubascos frecuentes hacían imposible sacar a don Ramón de la residencia. Ya no se le iluminaba la cara cuando recibía visitas. Su devoción a lo religioso había dado paso a una crítica mordaz hacia el clero y sobre todo hacia las monjas. Sus cuidadoras, que eran seglares -¡gracias a Dios!- le trataban con cariño y jugaban con él. Él siempre fue educado y respetuoso con ellas. Incluso hicieron amistad con Leo, que sabía que estaba en las mejores manos.  No obstante, don Ramón sabía que era un estorbo. Hablando con su amigo le decía una y otra vez que para qué seguía viviendo. Señalaba una y otra vez que ya no esperaba más de la vida y que estaba muy cansado. Poco a poco, llegó el día en el que no podía prescindir del oxígeno. Sus ojos se descubrían pesados, su mirada cada vez más vaga y distante. Ya no fluían las sonrisas por sus labios, ni las palabras tampoco.
Finalmente murió en la residencia sin que nadie se diera cuenta. Se fue en silencio, sin hacer ruido, sin molestar y sin dar quehaceres extraordinarios. Sentado en su sillón del oxígeno, sus cuidadoras lo encontraron sin vida. Las monjas le dedicaron la misa del día y su cuerpo fue trasladado para su incineración. Nadie avisó a nadie. No hubo tampoco esquelas, ni funerales, ni siquiera una sepultura en Prado del Cea.
Semanas después, el ayuntamiento decidía que la casa de don Ramón se convertiría, previa reforma, en el nuevo colmado de Prado del Cea. Se informaría a todos de las condiciones de una concesión en precario y el erario correría con los gastos.  Pero eso ya es otra historia, que deberá ser contada en su momento.
Fin.-





lunes, 16 de enero de 2017



La muerte del cisne.
Por

Juan Cid.




Hoy es el día que se cumple el aviso de cierre. A partir de hoy, los vecinos de Prado del Cea ya no podrán comprar suministros varios en la población. En este momento se ponen fin a noventa años de Ultramarinos el Cisne la única tienda que quedaba abierta en el pueblo.  

La verdad es que ha sido una larga agonía. Ya desde hace más de seis años se podía ver venir, pero nadie quería verlo. Ni Sagrario, la dueña de la tienda, ni el alcalde, ni los vecinos.  Sin embargo, ahora mismo ya es una realidad inamovible: la tienda del pueblo ha cerrado sus puertas para siempre.

Tampoco es menos cierto que, por mucho que nos empeñemos en buscar causas ajenas a lo cotidiano, las razones para el cierre eran más que cotidianas, evidentes. Sin ir más lejos, en este pueblo, como en todos los pueblos, hay facciones diferentes y, cómo no, enfrentadas. Tú eres de un equipo, yo de otro. Tú eres rico, yo pobre. Tú eres de una familia adinerada, yo, proletario. Tú eres del pueblo, yo, inmigrante. Tú religioso, yo hereje,…

 Esto daba lugar a muchas críticas, comentarios y chafardeos que casi nunca eran buenos. Mas no sólo a eso. Aunque parezca mentira, y sobre todo en el siglo XXI, pese al igualitario rasero del precio de un artículo, en Ultramarinos el Cisne había distinciones de dinero. Es decir, que un euro mío no valía lo mismo que un euro de doña Engracia, o que si sólo quedaba un paquete de arroz, Sagrario, la tendera, se reservaba el derecho a vendérselo a quién ella considerase mejor, sin importar quién estuviera primero comprando. Ni que decir tiene que esto generaba demasiado malestar entre los posibles parroquianos. Y, si, con mucha razón, ya decía santa Teresa que entre los pucheros de nuestra cocina podemos encontrar a Nuestro Señor; lo que no nos dijo es que entre los mismos pucheros también podía estar el Diablo.

Lamentablemente, según el puesto al que la pequeña oligarquía pueblerina y provinciana te hubiera relegado, en Ultramarinos el Cisne, era mucho más fácil encontrar al mismísimo Satanás que a la Santísima Trinidad. Vamos, que era mejor coger el autobús e irse a comprar al pueblo de al lado que soportar los gritos y los aspavientos de desagrado de la marchanta del pueblo. O tener que soportar que para comprar una pastilla de jabón tuvieras también que comprar una esponja, un cepillo y un gorro de ducha, porque si no, la pastilla de jabón no funcionaba. ¡Pues anda que no había veces que mandabas al niño a comprar macarrones y te venía con otra cosa porque no le querían vender los macarrones! Tampoco faltaron ocasiones en las que fuera un chaval a comprarse un helado y enfadarse con él por querer pagar con monedas de céntimos sueltos. Y eso fue lo que ocurrió. Los estigmatizados vecinos empezaron a comprar todo aquello que ellos querían, sin adiciones, en otros establecimientos de fuera del pueblo. En fin, que si el refrán nos decía que tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe,  aquí podríamos decir que tanto fue el cántaro a la fuente, que al final  aprendió a irse del pueblo.

Sin embargo, no todos podían coger el autobús para hacer la compra en otro pueblo, porque, entre otras cosas, no había autobuses a diario.  Por todo ello, la gente mayor que no tenía movilidad para usar el transporte público, comenzó a buscarse la vida para salir. Y de ahí surgieron los Bla bla car de la compra.

Leo, que no podía vivir ajeno a dicha realidad, hacía tiempo que compraba todo fuera de Prado del Cea. Como bien se puede ver, Leo no era bien visto por los pequeños caciques, así que cansado de aguantar insolencias y faltas de ética comercial, recorría con frecuencia los distintos mercados de la comarca.  Si necesitaba fruta, carne y pescado se iba a Hospital del Real Camino. Si necesitaba cosas de tornillería y de botica, se iba a San Juan de los Oteros. Si eran otros menesteres no tenía problemas en marchar a la ciudad. Sin embargo, Leo, que siempre solía ir en solitario, últimamente iba muy acompañado. Si no era Ramón, era Hermenegilda, y si no, era cualquier vecino de la facción revolucionaria del pueblo. Es decir, de los mal vistos por algunos.

Durante los trayectos había veces de grandes conversaciones, otras de grandes silencios. Fuera como fuera, la vecindad daba por hecho que había más lugares para comprar y que nada les obligaba a quedarse si no estaban a gusto en la tienda del pueblo.

Un día, hablando con Hermenegilda, Leo recordaba el cierre de las escuelas. No había pasado tanto tiempo. Tan solo unos seis años atrás había escuela y los niños jugaban alegres en sus patios. La falta de nacimientos, ya se sabe, decían. Pero también suprimieron el consultorio médico. Ahora sólo venían a pasar consulta dos veces por semana. Lo cierto es que ya ni los guardias venían por el pueblo. Ni siquiera el bar seguía en pie. Tan solo en verano quedaba abierto el chiringuito de la zona recreativa. Y no sabemos por cuánto tiempo. Todo se había ido apagando poco a poco, sin mayor estruendo que el que pueda hacer una bolsa vacía recorriendo las calles del pueblo.

Pero no todo era declive en Prado del Cea. Los impuestos, en cambio, subían de forma inversamente proporcional a los servicios recibidos por los vecinos.  Según el alcalde, le habían engañado desde la diputación para actualizarlos a las actuales circunstancias de la villa. La cosa es que la subida era cercana al ciento por ciento de lo que se venía pagando hasta entonces, pero con las pocas salvedades de la oposición, tampoco nadie ponía el grito en el cielo. La mayoría vio como sus declaraciones de patrimonio se vieron incrementadas como por arte de magia. Hubo quienes perdieron becas y subvenciones por estas subidas. Fueron muchos los que empezaron a poner en venta sus casas, sus cuadras y sus tierras, generando un mercado en exceso de oferta que condujo a una estrepitosa bajada de precios, así como un lamentable éxodo de aquellos que prefirieron dejar atrás sus raíces, antes que pagar unas cargas que cada vez se hacían más duras de llevar. Con todas estas medidas el número de censados en el padrón municipal iba en descenso.

De un tiempo a esta parte, empezaron a proliferar los camiones de mercadería ambulante que venían ofreciendo diversos productos por las distintas calles del pueblo, casi casi a domicilio. Era curioso ver cómo te ofrecían por la calle lo que normalmente podrías comprar en la tienda del pueblo. Pero, ¿por qué?

Estaba claro que los dueños del colmado ponían el grito en el cielo. Y que muchas veces  amenazaban con poner denuncias, pero nunca pasó de ahí la cosa. Y es que, sin ellos saberlo, los pequeños caciques del pueblo habían ido dándoles la espalda, y quienes habían ostentado hasta entonces la emisora de rumores e intercambio de cotilleos se fueron quedando solos.  Poco a poco, aquellos que se habían creído siempre a salvo se fueron condenando ante los inmisericordes ojos de la oligarquía imperante. Por mucho que ellos pensaran que no podrían caer, está visto que pasar de ser cazador a ser cazado no mola nada. Un soldado en el frente no puede sobrevivir sin sus armas, ni sin el resto de su ejército. Nadie es indispensable, nadie es inmortal.

El alcalde y la corporación municipal en pleno nunca persiguieron la venta ambulante fuera de los días de mercado, y eso fue el principio del fin. De momento, y sólo Dios sabe cuánto durará, los camiones de mercadería seguirán viniendo por Prado del Cea. Cada vez se prestan menos servicios. La población, sin relevo generacional, se ve más obligada a marcharse a vivir a otras poblaciones, o a residencias de ancianos. Aquí no hay futuro, no hay presente y el pasado quedará sólo mientras quede en la memoria de quienes sigan vivos. Los carteles de “se vende” cuelgan a docenas de balconadas y de portalones, nadie guarda esos teléfonos, nadie llama para preguntar, son fincas que se quedan solas, se van hundiendo con el tiempo, nadie se ocupa de ellas, nadie las heredará, porque a nadie le importan ya. Testigos silenciosos de otros tiempos mejores, quedan al antojo de la naturaleza. ¿Quién conocerá sus secretos? ¿Quién las recordará? ¿Sabrá alguien de su existir, de su vida, de su historia?

El cartel del cese de actividad y las verjas bajadas de Ultramarinos el Cisne añaden otra fantasmagórica postal a lo ya contado. El rótulo de la tienda ya ha sido retirado. Se cierra otra parcela de la memoria viva del pueblo. Por otra parte, los pocos poderosos que aún quedan en la villa celebran su pírrica victoria sin percatarse de que esto no es más que otro signo visible de una muerte que se avecina y que se puede predecir no muy lejana, una muerte colectiva, una muerte de todo un pueblo. ¿A dónde van los pueblos cuando se mueren?

R.I.P.