EL PAN DEL DÍA DE AÑO NUEVO.
Por
Juan
Cid.
10 de noviembre de 2016.
Hay días que parecen siglos, sobre todo si estás en una
ciudad que no es la tuya y estás esperando que te arreglen la motocicleta. Sí,
está claro que esos días son más largos de lo normal. Uno se exaspera por la
parsimonia con la que se lo toman en el taller. No te queda más remedio que
pasear calle arriba y calle abajo esperando a que suene el teléfono y poder
recoger la montura y regresar a casa con tranquilidad. Pero eso no sucede. Das
vueltas de un sitio a otro, tomas un té en un bar, tomas otro en otro sitio,
visitas locales curiosos, bonitos, acogedores,… La verdad es que no paras de
caminar y tampoco eres capaz de poner el huevo en ningún sitio. Consultas tu
móvil una y otra vez esperando un mensaje, una notificación, algún
chascarrillo, cualquier cosa que te entretenga y te haga más llevadera la
espera. Una espera que ya desespera. La última noticia del taller es que no
podrá estar reparada antes de la media tarde. Y eso es mucho tiempo, sobre
todo si llevamos esperando desde primera hora de la mañana. Por si fuera poco, ¡hace
un frío de mil demonios!
Leo busca un sitio donde comer. Está cansado de vagabundear.
Y eso que la burra estaría reparada en
media mañana. Sí, menuda mañanita, y menudo día se avecina. Ya son cuatro las horas
que lleva recorriendo la ciudad.
-Dígame, ¿tienen menú del día?
-Pues claro, tenemos platos de cuchara y platos de
tenedor. ¿Le apetece un bacalao con papas al pimentón? También tenemos
ensaladas, si lo prefiere. De segundo le recomiendo el estofado de ternera. ¿Le
parece bien?
-Sí, por favor. Y para beber quiero agua fresca si es
posible.
Justo antes de comer, el teléfono móvil comenzó a vibrar.
Era un mensaje instantáneo de Luis. Quería saber que tal iba todo. Leo le
cuenta lo de la burra y como lleva el día entero perdido casi vagabundeando.
Chatean un rato y se ríen de todo un poco. Bromean, como los viejos amigos. De
repente -¡órdago a la grande!- “Leo, ¿por qué no te vienes en Nochevieja a
cenar con nosotros a Asturias?”.
-¿Una Nochevieja fuera de Prado del Cea? ¡Ni de coña! ¡Es
el concurso anual del pan de Año Nuevo! Y, como el año pasado quedé finalista,
este año seguro que gano el primer premio. No puede ser. Tengo que quedarme en
el pueblo y competir para ganar. Verás, es que aquí hay una centenaria tradición
que manda que cada casa, cada familia tiene que preparar un pan especial para
este día. Un pan que tiene que ser exclusivo, diferente. Un pan memorable, cuya
receta entre en la historia de la localidad. Un pan que será recordado por todo
el año entrante. Además, no sé quién cuidaría de mi perro. Te agradezco la
intención, pero creo que no podrá ser,… ¡Qué narices! ¡Qué le den morcilla al
concurso! Creo que sí que me voy con vosotros.
-Estupendo, Marián se pondrá muy contenta cuando le diga
que vienes. No se hable más, te esperamos en Asturias. Y, el perro se puede quedar
solo una noche tranquilamente, que él no sabe que es Nochevieja y, además,
tiene su caseta acondicionada, así que si le dejas comida abundante no tendrá
penas.
-Pues tenéis razón, contad conmigo. Allí nos veremos.
Leo parecía otra persona desde aquel momento. Devoró con
gusto el menú del día que le sirvieron y se armó de paciencia esperando que le
entregasen la moto. Cosa que no sucedería hasta las diez de la noche. Una noche
en la que el clima no estuvo de su parte: lluvia, granizo y ventisca se
juntaron en su camino de regreso a la casona. Un viaje de más de una hora en el
que nada ni nadie le pudo borrar la sonrisa de la cara.
***************
Hoy
es treinta y uno de diciembre. Leo está en la cocina preparando su pan de Año
Nuevo. Sabe que este año no competirá, pero está feliz ultimando su receta. Ha
decidido hacer un pan picante con chiles y guindillas a tutiplén. Nunca nadie había
hecho algo parecido. Será el triunfo de una vocación de creatividad y buen
hacer. Además, no hay que estresarse, ya que no hay que rivalizar. Lo comeremos
juntos los buenos amigos en paz y armonía, se dijo.
Mientras
amasaba el pan, Leo empezó a recordar como conoció a Luís y a Marián. Recuerda el
día que les presentó Rocío. Se le vienen a la cabeza un montón de cosas buenas,
de meriendas, de parrilladas en la casa que ellos tenían también en el pueblo. De
como la amistad se fue haciendo cada vez más estrecha,…, y también del día en
el que vendieron su casa y se despidieron. Eran tantas las cosas en que pensaba,
que de repente, del horno vino un olor a churruscado. -¡Vaya, así no ganamos el
premio! Pensó entre risas.
******************
El
tren que llevaba a Leo hasta Asturias tenía que hacer transbordo en León. De
todas formas, era un tren rápido, cómodo y hasta cierto punto nuevo. Leo,
sentado junto a la ventanilla, no paraba de mirarlo todo con curiosidad cuasi
gatuna. Todo le llamaba la atención, todo le parecía novedoso. Aquél viaje
representaba todo un acontecimiento. Era la primera vez que pasaría una noche
fuera del pueblo en varios años.
Llevaba
el pan de Año Nuevo bajo el brazo junto a su escaso equipaje: una muda de ropa,
unas botellas de vino, unos pastelillos navideños y poco más. El pan, todavía
caliente se olía con agrado en todo el vagón. Un soldado que viajaba a su casa
de permiso, una pareja de monjas y un grupo de estudiantes eran todas las personas
que compartían el viaje. El revisor
llegó de improviso pidiendo los billetes a todo el mundo. Las risas alocadas
del grupo de estudiantes eran la nota alegre del día. Pronto llegaríamos a
Gijón, la megafonía anunciaba el final del trayecto.
En
el vestíbulo de la estación estaban esperando Luis y Marián. Un saludo, un
abrazo, un café y sobre todo muchas ganas de hablar.
-¿Qué
es eso que llevas bajo el brazo?
-El
famoso pan de Año Nuevo. Ahora lo comeremos. Veréis que cosa más buena, jajaja.
Siento no poder optar al primer premio, pero seguro que es el mejor pan que
comeremos en todo el año.
-¿Entonces
lo del concurso ese iba en serio? Creía que era una de tus bromas, jajaja.
-¡Qué
va! Ya os dije que era una tradición centenaria.
-¡Oye! –Repuso Marián- ¿cuál es el premio?
-¿El premio? Pues como nunca lo he ganado, no lo sé.
-¡Hombre! ¡Pero lo habrás visto entregar!
-Pues ahora que lo dices,… -Leo no podía recordar ninguna
entrega del premio. En realidad ni siquiera podía recordar ni como era el
certamen en cuestión. Divagaba, decía respuestas vagas y muy generales. Era
como si aquella usanza se hubiera esfumado de su memoria-.
Ya en casa, el pan se comía entre risas y tragos de vino.
La copiosa cena de Fin de Año dio paso a las doce uvas, y las doce uvas a los
doce brindis. Estos cedieron el protagonismo a los chistes, y las carcajadas
volvían una y otra vez a resonar en la estancia.
-A
todo esto, Leo, ¿cuánto tiempo hacía que no salías en Nochevieja?
-Ni
me acuerdo. La verdad es que desde que llegué a Prado del Cea no he pisado otra
cosa. Me acostumbré a mi perro y a mis gatos y no creáis que haya necesitado
más compañía.
-Hombre,
pero has estado demasiado tiempo allí solo. ¿No crees que ya vaya siendo hora
de abrirte al mundo?
-Es
verdad, si ni siquiera estás integrado entre la población, por mucho que hayas
quedado finalista en el concurso del pan. Leo, tu vida es más parecida a la de
un ermitaño que a otra cosa,..
Leo
no respondía. En el fondo sabía que había estado encerrado en aquel pueblo
muchos años. Ahora es como si de repente se hubieran abierto muchas puertas,
muchos candados. La conversación sobre cosas cotidianas, sobre el mundo de las
motos, sobre la vida y la muerte, poco a poco hacían encajar los hechos en su
memoria. Realmente la vida no se había detenido desde aquel fatídico día de
junio de 2010, en el que tomara posesión por última vez de su casona, sino que
había continuado hacia adelante. Realmente, habían sucedido muchas cosas. Cosas
que Leo no había disfrutado al haberse recluido allí. Cosas que se había
perdido y tiempo que no volvería.
Lejos
de toda verdad, la locura de Leo no era más que un mecanismo de defensa de su
atormentada cabeza. Verdaderamente, Leo no fue nunca finalista del concurso del
pan de Año Nuevo, ya que el citado certamen nunca se celebró más que en su propia
imaginación necesitada de vida social. Tampoco había ninguna condena real sobre
él. Es cierto que su propia familia lo rechazó al abandonar la carrera
eclesiástica que por tanto tiempo había desempeñado, pero realmente, aparte de
aquella decisión, Leo nunca había cometido mal alguno que justificaran esos
seis años y medio de reclusión mayor que había vivido en la casona. Ahora se
daba cuenta de ello y también del tiempo perdido. Se daba cuenta de que él mismo
había sido su peor enemigo durante todos estos años. Se repetía una y otra vez
que no merecía vivir en sociedad, que la vida y el placer no estaban hechos
para él. Se sentía culpable y avergonzado por no haber hecho feliz a su madre. Llevaba
cargando con aquel peso inhumano durante todo este tiempo y no se había dado
cuenta de ello. ¿Cómo puede ser que hubiera estado aletargado tantos años?
¿Hasta qué punto un destierro familiar puede dominar la mente de una persona empujándola a una vida de reclusión y de auto
engaño?
Son
las nueve de la mañana del día uno de enero del año dos mil diecisiete. Los
tres amigos regresan de tomar un chocolate con churros después de la fiesta de
Fin de Año. Lo han pasado en grande y la alegría les acompaña. Una vez en casa,
y antes de acostarse, Leo se mira al espejo. Descubre en su cara un montón de
cosas nuevas. El paso de los años no ha sido en balde. Se pregunta a sí mismo
cómo pudo haber estado así tanto tiempo. No sólo se ve con menos pelo y con más
arrugas -ya ha cumplido medio siglo de vida- sino que se descubre a sí mismo
como una nueva posibilidad, como si fuera un nuevo amigo, a veces un
desconocido, pero lleno de ganas de vivir, apasionado por construir una vida
nueva, un mundo mejor.
Entre
bostezos y con los ojos llorosos, Leo se da cuenta de la feliz coincidencia:
hoy es el primer día del resto de su vida. También hoy es el primer día del Año
Nuevo. Una sonrisa de satisfacción ilumina su rostro: ha decidido darse una
nueva oportunidad a sí mismo y vivir una nueva vida.
Fin.
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